El significado del bicentenario

Hace 199 años, en un día como hoy, venía al mundo un niño, Juan Melchor Bosco, en estas mismas colinas, hijo de unos humildes campesinos. Hoy nosotros, queriendo iniciar el Bicentenario de este hecho histórico, damos profundas gracias a Dios por lo que ha hecho con su intervención en la Historia, y en esta historia concreta aquí, en las colinas de I Becchi.

 

En uno de los artículos de las Constituciones de la Congregación Salesiana, declaramos que “Con sentimientos de humilde gratitud, creemos que la Sociedad de San Francisco de Sales no es sólo fruto de una idea humana, sino de la iniciativa de Dios… El Espíritu Santo suscitó, con la intervención materna de María, a San Juan Bosco. Formó en él un corazón de padre y maestro, capaz de una entrega total (…), y la Iglesia ha reconocido la acción de Dios, sobre todo aprobando las Constituciones y proclamando santo al Fundador”. El carisma salesiano es el regalo que Dios, a través de Don Bosco, ha hecho a la Iglesia y al Mundo. Se ha formado en el tiempo, desde las rodillas de Mamá Margarita hasta la amistad con buenos maestros de vida y sobre todo en la vida cotidiana con los jóvenes. Hoy nos encontramos como Familia de Don Bosco, Familia Religiosa Salesiana, acompañados por tantas autoridades civiles y eclesiásticas, amigos de Don Bosco, y jóvenes, en las mismas colinas que lo vieron nacer, para proclamar el inicio de la celebración de este Bicentenario de su nacimiento que tendrá como punto de llegada, después de tres años de preparación y uno de celebración, el próximo 16 de agosto de 2015 donde se cumplirán los 200 años de su presencia en la Iglesia y en el mundo, para bien de los jóvenes.

 

El Bicentenario del nacimiento de San Juan Bosco es un año jubilar, una ‘año de Gracia’, que queremos vivir en la Familia Salesiana con un profundo sentimiento de gratitud al Señor, con humildad pero gran alegría porque el mismo Señor ha sido quien ha bendecido este hermoso movimiento espiritual apostólico fundado por Don Bosco bajo la guía de María Auxiliadora. Es un año jubilar para los más de treinta grupos que ya formamos esta gran Familia, y para otros muchos que, inspirados en Don Bosco, en su carisma, en su misión y espiritualidad esperan ser reconocidos en esta Familia. Es un año jubilar para todo el Movimiento Salesiano que, de una u otra manera, hacen referencia a Don Bosco en sus iniciativas, acciones, propuestas, caminan compartiendo espiritualidad y esfuerzos por el bien de los jóvenes, en especial de los más necesitados.

 

Este Bicentenario quiere ser, para todos nosotros, y en todo el mundo salesiano, no tanto un tiempo de festejos sin trascendencia alguna, cuanto una ocasión preciosa que se nos ofrece para mirar el pasado con agradecimiento, el presente con confianza, y para soñar el futuro de la misión evangelizadora y educativa de nuestra Familia Salesiana con fuerza y novedad Evangélica, con coraje y mirada profética, dejándonos guiar por el Espíritu que siempre nos acercará a la novedad de Dios. Creemos que este Bicentenario será una oportunidad para una verdadera renovación espiritual y pastoral en nuestra Familia, una ocasión para hacer más vivo el carisma y hacer tan actual a Don Bosco como siempre lo fue para los jóvenes. Creemos que será una oportunidad para vivir con renovada convicción y fuerza la Misión encomendada, siempre por el bien de los niños y niñas, adolescentes y jóvenes de todo el mundo, en especial quienes más nos necesitan, los más pobres y frágiles.

 

El Bicentenario será un tiempo en el que, como Familia Salesiana, continuaremos, siguiendo el ejemplo de Don Bosco, en nuestro camino hacia las periferias físicas y humanas de las sociedad y de los jóvenes. Al igual que entonces con Don Bosco, el año del Bicentenario, y el camino posterior que hemos de recorrer, ha de ser para nosotros, Familia Salesiana, un tiempo en el que aportar lo que humildemente forma parte de nuestra esencia carismática: nuestro empeño por leer las realidades sociales, especialmente juveniles, que hoy nos tocan; nuestro compromiso con opciones claras en favor de los jóvenes excluidos o en riesgo de ser tales; nuestra fe y plena confianza en ellos, en ellas, en cada joven, en sus posibilidades y capacidades; nuestra certeza en la bondad de su corazón, sea cual haya sido su historia, en la oportunidad que tienen de ser dueños y protagonistas de sus vidas, teniéndonos a su lado si lo aceptan, para desarrollar al máximo sus talentos, su vocación plenamente humana y cristiana.

 

Finalmente, este Bicentenario ha de ser también la evocación de tantas mujeres y hombres que en este proyecto apasionante han dado, de manera heroica, su vida por este ideal, en las condiciones más difíciles y extremas del mundo, y por eso son un triunfo, un tesoro inestimable que sólo Dios puede valorar. Con esta convicción que tenemos, nos sentimos más animados no sólo a admirar a Don Bosco, no solo a percibir la actualidad de su gigantesca figura, sino a sentir fuertemente el irrenunciable compromiso de imitación de quien, desde estas colinas llegó a la periferia de Valdocco, y a la periferia rural de Mornese para implicar consigo y con otras personas a todo aquel, toda aquella que buscara el bien de la juventud y su felicidad en este mundo y en la Eternidad.

 

Desde esta colina de I Becchi declaramos abierto el año de Celebración del Bicentenario del nacimiento de Don Bosco. Que él, desde el, cielo nos bendiga y alcance la gracia de hacer realidad estos nuestros compromisos y este nuestro sueño. FELIZ BICENTENARIO A TODOS.     P. Ángel Fernández Artime, SDB, Rector Mayor.

Conociendo a Don Bosco

  200 AÑOS BUSCANDO       LA SALVACIÓN DE LA                                                           JUVENTUD

 

En la vida de Don Bosco

 

“Padecer, trabajar, humillarme en todo y siempre, cuando se trate de salvar almas” fue uno de los propósitos que hizo el seminarista Juan Bosco en los Ejercicios Espirituales cuando se preparaba a su ordenación sacerdotal. Y es que la salvación de las almas, fue una de las ideas más importantes de toda su vida. Esta pasión se ve reflejada en el lema heredado para su congregación y que es además la síntesis perfecta de toda su espiritualidad: “Da mihi animas, caetera tolle”, “Dame almas y llévate lo demás”, es su lema, su obsesión, su meta, su anhelo más profunda. Almas –hoy “persona” o “jóvenes” nos suenan más adecuadas- para salvar, almas para hacer el bien, almas para evangelizar, almas para alcanzar nuestra propia salvación.

 

Cuando Domingo Savio llega al Oratorio de Turín, en Valdocco, queda sorprendido por aquel lema. En el despacho de Don Bosco se encontraba un letrero con aquella frase escrita en latín, el pequeño Savio no logra comprender, Don Bosco le ayuda no sólo a hacer la traducción, sino a entender el sentido. Rápidamente Dominguito lo capta y dice: “¡Ya entiendo!, aquí el comercio no es de dinero sino de almas, espero que la mía entre a ser parte de este comercio”. Con su juvenil ingenio, avanzadamente espiritual, Savio llegó a comprender el sentido profundo del Oratorio.

 

Ahora bien, debemos dejar claro que la “salvación de almas” de la que habla Don Bosco, no se realiza sólo después de la muerte. Todo lo contrario. Comienza en el hoy de la historia y se encamina hacia su plenitud junto a Dios. Don Bosco lo sabe así y quiere que todo su trabajo esté enfocado a ello. Su corazón de sacerdote le lleva a hacer que todos sus esfuerzos tengan en vista la salvación de la juventud. “Nuestros jóvenes –decía- vienen al Oratorio; sus padres y bienhechores nos los confían con la intención de que los instruyamos…; pero el Señor nos los manda para que nosotros nos interesemos por sus almas y ellos encuentren aquí el camino de la salvación eterna. Por eso, todo lo demás debe ser considerado por nosotros como medio; nuestro fin supremo es hacerlos buenos y salvarlos eternamente”.

 

Por otro lado, pero en plena relación con el tema de la salvación de la juventud, un punto de vital importancia era el del cuidado de las vocaciones para la vida eclesiástica (sacerdotal). Cientos encontraron el sentido de su vida gracias al acompañamiento y la solicitud de este santo sacerdote. Y es que no se trataba sólo de llenar los seminarios, sino de alcanzar de varios el deseo de comprometerse radicalmente con la causa del Reino de Dios, fieles discípulos del Señor.

 

La salvación de la que habla Don Bosco es, pues, evangelización en sentido pleno. La misma que quiere decir educación, cuidado de sus necesidades, instrucción para una vida digna, formación ético-cristiana, acompañamiento… “Todas las artes son importantes –decía- pero el arte de las artes, el único trabajo que cuenta es la salvación del alma”; “Todo gasto, toda fatiga, toda molestia, todo sacrificio es pequeño, cuando contribuye a ganar almas para Dios”.

 

De Don Bosco a nuestros días

 

La pasión de Don Bosco por la salvación de la Juventud ha sido transmitida a los herederos del carisma salesiano. Si bien hoy con alegría contemplamos miles de obras dispersadas por todas las latitudes, no debemos ver en ellas sino esfuerzos por hacer presente al Señor en medio de los pueblos, esfuerzos por hacer de los jóvenes discípulos-misioneros del Señor; en una palabra, obras de evangelización.

 

La educación es para nosotros el camino por medio del cual promovemos la salvación de la juventud. Una educación que tiene por protagonista a la persona del joven, es una educación en la que se respeta lo que es más propio de él mismo: la alegría, el juego, el compartir, el esparcimiento; al tiempo que le desafía a abrirse a horizontes mucho más amplios, como la amistad con Dios. Ésta es una educación plenamente preventiva porque busca de evitar el mal, promover el bien y sanar las heridas que experiencias negativas pudiesen haber dejado en el corazón de los jóvenes. 

 

En todas las obras en las que el carisma salesiano se ha enraizado hemos buscado siempre de evangelizar educando y de educar evangelizando. Así ha sido el trabajo que hemos realizado por todo el mundo, de tal suerte que hoy somos reconocidos como educadores de la juventud, más los que nos conocen interiormente saben que somos principalmente evangelizadores de la juventud, pues buscamos su salvación.

 

En los lugares menos favorecidos no hay duda de que al hablar de salvación nos referimos a atender las necesidades básicas de los niños y jóvenes. En África, pero también en nuestros países sudamericanos y de El Caribe, la obra salesiana ha buscado dar a los jóvenes necesitados el Pan de la Palabra de Dios y de la Eucaristía, el pan para la boca, el pan de la educación y el pan de la esperanza gozosa; esperanza terrena y eterna. Nuestras casas son lugares explícitos de salvación integral.

 

Nuestro compromiso

 

Al contemplar con asombro todo lo que el Señor ha hecho por medio de nosotros, cuando nos preparamos a recordar el 200 aniversario del nacimiento de nuestro Padre, San Juan Bosco, hacemos el compromiso de: 1) Reafirmar nuestra entrega al trabajo en pro de la salvación integral de la juventud; 2) Reconocer que somos parte de una obra divina, la misma que busca la salvación integral de la juventud, es decir la salvación terrena y eterna; 3) Involucrar a otros en esta tarea, pues el trabajo es amplio y se necesitan de todas las manos posibles para hacer que ésta perdure y, así, hacer el mayor bien posible a los hijos de Dios. (Diácono Marcelo Escalante SDB)

200 AÑOS DE LUCHAS CON CAÍDAS

 

 

En la vida de Don Bosco

 

En nuestra reflexión del día de ayer veíamos a Don Bosco como luchador y vencedor. Hoy lo veremos en la faceta complementaria. Contemplaremos a Don Bosco luchando y perdiendo, mas sin ser derrotado.

 

Vemos a Juanito Bosco impotente frente a la oposición de su hermano Antonio. La situación llegó a ponerse tan tensa, que la única solución posible fue la de enviar al pequeño Juan fuera de casa. A pesar de los intentos que él y, principalmente, Mamá Margarita probaron, la solución vendrá sólo haciendo la repartición de los bienes. Siendo seminarista en Chieri, Juan Bosco añoró intensamente el poder tener una relación de fraterna amistad con sus superiores, con dolor reconoce que esto no fue posible.

 

Sin embargo las cruces de su vida estaban a penas por comenzar. Al iniciar su Oratorio es desalojado repetidas veces. Es tachado de loco. Los dos primeros grupos de jóvenes que seleccionó para comenzar su proyecto de fundar una congregación religiosa, prácticamente se extinguieron. Con gran esfuerzo comienza una construcción y en una noche todo se le viene abajo. Intenta hacer expansiones que no dan resultado. Su periódico “el amigo de la juventud”, tiene poco éxito y finalmente desaparece. Ingenuamente hace de garante de una letra de cambio por un monto de dinero alto, el deudor muere y él tiene que asumir todo el pago. Publica un opúsculo en honor a San Pedro que casi recibe la censura eclesiástica (¡A un paso de ser puesto en el Índice!). Y así varios hechos que muestran que Don Bosco era tan humano como nosotros, la santidad es reconocimiento de perfección de vida cristiana, la perfección absoluta está reservada sólo para Dios.

 

Pero, sin lugar a dudas, la lucha más conflictiva de su vida fue la que mantuvo con Mons. Gastaldi. De ser amigo y sostenedor de la obra de Don Bosco, Mons Gastaldi pasó a convertirse en uno de sus más grandes opositores. Tal vez la diferencia de criterios y mentalidad fue la causa principal de un conflicto que sólo llegará a su fin con la muerte del obispo. Vanos fueron los intentos de mediación ofrecidos por eclesiásticos, incluso la “orden” de concordia dictada por la Santa Sede fue sólo una respuesta parcial. Con ésta se bajaron los ánimos, pero el conflicto de fondo continuaba, pues no era cuestión de orden, sino de convicciones profundas y distintas, que ninguno estaba dispuesto a sacrificar. El conflicto llegó a alcanzar tal magnitud, que los diarios anticlericales gozaban haciéndolo público y ridiculizando a ambas partes. Entre todo, un punto causaba especial molestia (y dolor) a Don Bosco, pues prácticamente fue él mismo quien hizo que Gastaldi fuese a la diócesis de Turín. Esperaba un aliado y se encontró con todo lo contrario.

 

De Don Bosco a nuestros días

 

Si bien en la anterior reflexión, hemos visto y agradecido por los éxitos del carisma salesiano en el mundo, en este momento nos corresponde equilibrar la balanza y reconocer que en nuestro trabajo no todo fue plausible. Nuestra propia limitación, factores externos y la combinación de ambos; en algunos casos han llevado a que muchas posibilidades de hacer el bien se frenen. A lo largo de nuestra historia tuvimos equivocaciones y algunas muy serias, los costos han sido altísimos. Nuestro Sistema Educativo y uno de los criterios fundamentales de nuestro actuar es el Preventivo. Ciertamente la preventividad nos lleva a proponer, cuidar, curar, planear y a anticiparse a situaciones. Reconocemos que no siempre hemos seguido el criterio preventivo y somos conscientes de que muchas de nuestras caídas tienen su causa final en la no puesta en práctica de ello, a pesar de que es lo más propio nuestro.

 

Por otro lado, en nuestro caminar hemos encontrado también oposición tanto directa como indirecta, implícita y explícita; lo que ha dificultado o impedido nuestro trabajo educativo-evangelizador. Los ejemplos podrían enumerarse por docenas. Personas, ideologías, instituciones, políticas, incluso leyes nacionales; no siempre han sido favorables, a veces todo lo contrario. El trabajo salesiano en algunos países y realidades ha sido extirpado, o ha sido fuertemente golpeado (como en Sudán). A pesar de nuestra buena voluntad, el uso del criterio preventivo y la recta intención; los factores externos han apagado algunas esperanzas.

 

Nuestro compromiso

 

Con sentimiento de profunda humildad y haciendo un acto de fe, hacemos el compromiso de: 1) Reconocer que en la tormenta el Señor se encuentra presente; 2) Tener la capacidad de reconocer nuestras propias culpas y asumir las responsabilidades, ser valientes en reconocer que algunos proyectos no marchan bien o no han marchado del todo “por mi culpa, por mi culpa, y por mi gran culpa”; 3) No desanimase ante la adversidad y hacer el ejercicio de recordar que al fin y al cabo, lo que más importa es el hacer la voluntad del Señor. (Diácono Marcelo Escalante SDB)

   200 AÑOS DE LUCHAS                Y VICTORIAS

 

En la vida de Don Bosco

 

Al repasar la vida de Don Bosco nos encontramos con la historia de un hombre en cuya existencia el empeño por hacer que su obra perdure y fructifique, no estuvo ausente de un sinfín de luchas, en las que hubo victorias y derrotas. Ahora concentramos nuestra atención en algunas de éstas que terminaron en victorias, luego nos acercaremos a la otra cara de la moneda, para poder tener un panorama completo.

 

Vemos a Juanito en su humilde casa de I Becchi, luchando con todas sus pequeñas fuerzas para no dejarse vencer por la orfandad paterna, la pobreza, o la incomprensión de su hermano Antonio. Lo vemos también luchando contra el dolor y la impotencia por la pérdida de su amigo y padre espiritual, Don Calosso. Lo vemos valiente como el “baquero de I Becchi” quien vence la vergüenza de estar en un aula de niños, siendo ya un adolescente en Castelnuovo. Y así, desde sus primeros años, le vemos como un aguerrido luchador, paciente, sufrido, pero al final… airoso vencedor.

 

Tal vez la lucha más grande de su vida fue la de la fundación de la Pía Sociedad de San Francisco de Sales. ¡Cuántas puertas cerradas en el rostro! ¡Cuántas fatigas! ¡Cuántos sinsabores! Al punto que llegó a afirmar: “Si hubiera sabido cuánto trabajo costaba, no se me hubiera atrevido a comenzar la empresa”. Ahora bien, del modelo inicial que él tenía en mente, no pocas cosas fueron cambiadas. Ciertamente el buen Don Bosco no tenía la experiencia, ni el conocimiento canónico-jurídico necesario, para fundar un nuevo instituto en la Iglesia (él mismo ni siquiera religioso, sino sacerdote secular). De haberlo tenido, tal vez el camino no hubiese sido tan tortuoso. No pocas de sus intuiciones tuvieron que ser fuertemente transformadas, o en algunos casos –muy a pesar suyo- eliminadas. Pero además de sus limitaciones humanas, se encontraba la clara y abierta oposición de algunos personajes influyentes en la misma Santa Sede. La buena fama de Don Bosco era tal, que ciertamente causaba admiración, pero también levantaba zozobra, dudas, recelos, desconfianzas. Para ello, el conflicto con su arzobispo, Mons. Gastaldi, jugó un papel determinante.

 

Con todo, después de varios años de intensas luchas, logró que su Congregación fuese aprobada en cuanto tal y reconocida por la Iglesia Universal. Del mismo modo, después de un camino aún más largo y doloroso, consiguió que las Constituciones fueran aprobadas respetando en esencia la tradición de los Oratorios y sus deseos como fundador. En esta aprobación uno de los puntos más álgidos fue el de la búsqueda del permiso para las dimisorias, es decir el poder del superior salesiano para presentar candidatos a la ordenación sacerdotal, sin necesidad de otro requisito por parte de la autoridad eclesiástica (obispo). Este beneficio era concedido sólo a las grandes y antiguas órdenes religiosas, más Don Bosco lo quiso para la suya y lo vio como un requisito fundamental para la buena marcha del nuevo instituto. La respuesta dada por el Papa fue salomónica, otorgó las dimisorias por un lapso de 10 años. Al comienzo Don Bosco no consideró esta concesión como una victoria, todo lo contrario, pero después comprendió que realmente lo era, pues tal favor era realmente una grande excepción. En cuestiones de fe una victoria no es siempre obtener lo que uno desea, sino ver en el resultado la voluntad de Dios.

 

De Don Bosco a nuestros tiempos

 

Revisando la historia de las inspectorías esparcidas por todo el mundo, quedamos admirados de todo lo que se ha conseguido. Ciertamente el esfuerzo humano ha jugado un papel fundamental, más el favor divino ha jugado, sin lugar a dudas, el papel determinante. “Si el Señor no construye la casa, en vano se cansan los albañiles”, dice el Salmo 126. Revisando la historia quedamos sorprendidos de los inicios de la obra salesiana en los diferentes lugares. Pocos recursos económicos, personal no siempre bien preparado, persecuciones (como las ocurridas en Ecuador), calumnias (como en Francia), promesas de autoridades que no se cumplieron (como en Bolivia)... Y no sólo al inicio, sino también en el desarrollo de la obra. En nuestros días ¡Cuántos enemigos –personas, ideologías, políticas…- en contra de nuestro trabajo! Pero la obra sigue, porque no es nuestra, sino de Dios.

 

Todo lo que se ha conseguido en estos 200 años de historia de la Familia Salesiana, es una muestra clara de que Dios se complace con nuestro trabajo. Bien podemos considerarnos sus colaboradores en su obra de salvación, en favor de sus hijos más jóvenes. Nuestros logros no son nuestros, sino del Señor. Si hoy somos en la Iglesia y en la sociedad una de las familias más representativas, debemos reconocer con humildad que Dios se complace con el carisma y por ello lo bendice. Como bien dice el Santo Evangelio: “Somos siervos inútiles, sólo hicimos lo que teníamos que hacer” (Lc. 17, 10).  

 

Nuestro compromiso

 

Somos parte de una familia grande y que crece. Pero esto no nos hace engreídos, sino que nos obliga a ser humildes, pues si bien muchos fueron nuestros esfuerzos, todos éstos fueron posibles gracias a la bondad divina. ¿No son nuestras capacidades don gratuito de Dios? ¿No es el Señor de quién depende todo? A los 200 años del nacimiento de Don Bosco, haciendo memoria de las alegrías que el Señor nos ha permitido ver y disfrutar, hagamos el compromiso de: 1) Mirar nuestros logros con humildad, como don gratuito del Señor; 2) Reafirmar nuestra confianza en el Señor, pues Él no comienza una obra sin llevarla fielmente a su fin; 3) Esforzarnos infatigablemente por hacer que nuestro carisma se expanda ampliamente, envolviendo a la mayor cantidad de personas, para llegar cada vez a más y más beneficiarios.(Diácono Miguel Escalante SDB).

200 AÑOS DE FAMILIA

 

 

En  la vida de Don Bosco

 

Desde el mismo comienzo de su apostolado con la juventud, Don Bosco encuentra una serie de dificultades. Cuando su Oratorio apenas comenzaba a dar sus primeros pasos, tuvo que luchar para que su obra no pereciera. Tal vez la dificultad más grave fue la de encontrar un lugar donde continuar sus reuniones de fines de semanas y días festivos. Fueron desalojados del Convictorio Eclesiástico, del Hospitalito de la Marquesa Barolo, del cementerio de San Pedro in Vincoli, de los Molinos del río Dora y del prado de los hermanos Filippi. Por otro lado, la falta de recursos, la incomprensión de sus pares, la falta de colaboración, el excesivo trabajo y esfuerzo físico malgastaron la salud de aquél joven sacerdote. ¡Cuánta presión sobre los hombros del pobre Don Bosco! El resultado era previsible, aquél pobre hombre cayó gravemente enfermo, al punto de que se esperaba lo peor. Tal vez el primer milagro de su vida, obrado no por él, sino por la oración de sus jóvenes, fue su restablecimiento, aunque nunca éste fue completo, pues el joven sacerdote aceptaba cualquier medicina menos una: el reposo.

 

Con todo, se le convenció de que fuese a pasar unos días a su casa, de modo que el aire del campo, el descanso hogareño, la compañía de su familia, pero principalmente el cariño materno le ayudasen en su recuperación. La medicina fue efectiva. Don Bosco se recuperó, aunque no del todo. Su corazón lleno de celo y de deseo de hacer el bien a sus pobres jóvenes (que en ningún momento le habían dejado, pues siempre que podían recorrían kilómetros por ir a verle) le movió a adelantar su regreso a Valdocco. Más no llegaría solo sino que traía consigo el mejor regalo que pudo dar a sus muchachos: una madre, su propia madre.

 

Con la presencia de Mamá Margarita la casa de Don Bosco, su Oratorio, se convirtió en una auténtica familia. Los muchachos no tardaron en llamarle “mamá” y en tener con ella una confianza filial tal que cualquiera diría que eran sus hijos carnales. De su experiencia infantil en el seno de su mismo hogar y al vivir el ambiente de familia en su Oratorio, Don Bosco no tardó en intuir la importancia de la familiaridad en la educación. Ésta era tal que mantenía en su Oratorio un equilibrio perfecto, que no pocos se asombraban y decían: “Allí realmente está Dios”. La familiaridad en el Oratorio de Don Bosco no se trataba de mimos y caricias, sino de sano equilibrio entre dar y recibir. Los jóvenes recibían techo, comida, educación, familia, educación en la fe; y todo ello con afecto, respeto, alegría. Y conscientes de todo lo que recibían estaban dispuestos a dar frutos de respeto, responsabilidad, obediencia, entrega, trabajo, alegría, cariño. Pero más aún, como ocurre en las familias, ellos mismos se sentían parte importante de la buena marcha del Oratorio, ellos mismos se convertían en los jóvenes guías y animadores de sus compañeros más pequeños, inexpertos o desventajados. El Oratorio de Don Bosco era una auténtica familia, así lo sintió él, así lo sintieron sus jóvenes; y así nos lo comunicó. Por eso no quiso que sus obras se llamasen “centros”, o “institutos”, sino casas, pues quiso que en cada una de ellas, los jóvenes encontrasen un hogar, una familia en la que se sintiesen a gusto como miembros queridos y comprometidos. Don Bosco no fundó un instituto, sino una familia.

 

De Don Bosco a nuestros días

 

La pequeña familia de I Becchi, se convirtió en una familia numerosa en Turín y luego se hizo inmensurable en todo el mundo. Los hijos de Don Bosco cruzaron fronteras y mares haciendo que su familia se extendiese ampliamente. Sin importar las latitudes, las lenguas, ni las razas… la familia de Don Bosco forma hoy en la Iglesia un abanico impresionante, se ha convertido en la gran Familia Salesiana de San Juan Bosco. Es pues salesiana, porque quiere reflejar la bondad y dulzura de San Francisco de Sales, y es también de San Juan Bosco, porque en él encuentra su fuente de inspiración, su experiencia fundante, su fundamento. En esta familia, a pesar de la diversidad de sus grupos, hay características comunes e inconfundibles.

 

Tenemos un ADN salesiano claro y bien definido, el mismo que se encuentra expresado en nuestra vocación, misión y espiritualidad. Nuestro centro unificador es Don Bosco, es nuestro padre, por ellos todos tenemos un “parentesco espiritual”.Es Dios mismo quien nos llama-vocación- a formar parte de esta familia, es decir a compartir, vivir y difundir el carisma. Esta vocación se orienta a realizar la misma misión de Don Bosco: la salvación de la juventud por medio de su evangelización-educación, poniendo en práctica el Sistema Preventivo. Por último, somos también herederos de un patrimonio espiritual que tiene su fuente en la experiencia espiritual de Don Bosco, cuyo reflejo más intenso es la caridad pastoral, síntesis de nuestro espíritu salesiano.

 

La Familia Salesiana de Don Bosco es tal vez el mejor fruto del deseo de Don Bosco por hacer que sus obras sean auténticas casas, las mismas que distribuyéndose por todo el mundo pudiesen ser un refugio para aquéllos jóvenes que no tuvieron la oportunidad, gozasen de la experiencia gratificante de familia. Así ocurrió. Hoy son miles los jóvenes que acuden a las casas salesianas en busca de amistad, pero también de familiaridad, de una familia. El sueño se hizo realidad.

 

Nuestro compromiso

 

Hemos visto todo el empeño que Don Bosco puso por hacer de sus obras unas casas, en donde los jóvenes se sintiesen a gusto. Más hoy en día las obras de la Familia Salesiana se han vuelto tan grandes y complejas que aquella espontaneidad y familiaridad inicial se ve amenazada. Al celebrar los 200 años del nacimiento de nuestro fundador, hagamos el compromiso de: 1) Promover en nuestro trabajo el clima de confianza y espontaneidad; 2) Buscar formas creativas para hacer que el orden institucional no ahogue la familiaridad; 3) Esforzarnos por combatir todo aquello que obstaculiza la familiaridad en nuestro trabajo; 4) Esforzarnos por conocer a otros miembros de la Familia Salesiana y fortalecer nuestros lazos de comunión. (Diáconoco Marcelo Miguel Escalante SDB).

200 AÑOS DE CONFIANZA EN LA JUVENTUD SENCILLA Y EN PELIGRO

 

 

Episodio de la vida de Don Bosco

 

¿Cuándo tuvo Don Bosco la idea de fundar una congregación religiosa en favor de la juventud? Ésta es una pregunta a la que los estudiosos no dan una respuesta unánime. Lo cierto es que cuando Don Bosco vio que la obra de sus Oratorios alcanzó estabilidad y, porqué no decirlo, éxito en su labor educativo-evangelizadora, surgió en él el deseo de hacer que esta obra de bien permaneciera en el tiempo. Después de un par de intentos fallidos, finalmente en 1854 logra encontrar un grupo de 4 jóvenes (Rocchieti, Artiglia, Cagliero y Rua) a quienes logra hacerles una propuesta: “Hacer con la ayuda del Señor y de San Francisco de Sales, una experiencia de ejercicio práctico de caridad con el prójimo, para llegar más tarde a una promesa y, después, si se veía posible y conveniente, convertirla en voto al Señor. Desde aquella noche se llamó salesianos a los que se propusieron y se propongan tal ejercicio”. Esta vez el intento fue más efectivo.

 

Don Bosco fue cauteloso al hacer la propuesta. Eran tiempos difíciles para la Iglesia y el sólo hecho de ser sacerdote, religioso o religiosa podía llevar a condenas, insultos e incluso vejaciones públicas. En semejante ambiente ¿Cómo proponer la idea de hacerse religioso? Por otro lado, los jóvenes con los que trataba Don Bosco eran muchachos sencillos, muchos de ellos huérfanos, de calle, otros habían estado en prisión ¿Eran éstos “dignos” de abrazar el estado eclesiástico? Tal vez para muchos no, pero para Don Bosco sí. Y es más, Don Bosco veía en estos jóvenes no sólo “la única opción” que tenía a mano, sino que los veía como la opción para el futuro de la Iglesia. Él mismo escribe: “En aquel tiempo Dios hizo conocer de manera clara un nuevo tipo de milicia, que Él quería escoger no ya entre las familias acomodadas… Los que manejaban el azada o el martillo debían ser elegidos para tomar un puesto distinguido entre aquellos que se preparan al estado sacerdotal”.

 

Tal vez a nosotros esta “opción” nos parece de lo más normal, pero en el tiempo de Don Bosco no fue así. Todo lo contrario. El sacerdocio estaba reservado para los hijos de “buena cuna”. ¡Don Bosco quería hacer de sus pobres jóvenes, pastores de otros jóvenes! No fueron pocos los que no entendían e incluso condenaban esta idea. 

 

Como en prácticamente todas sus obras, en la fundación de su congregación Don Bosco confió su realización a jóvenes de buen corazón y de probada virtud, aunque inexpertos y poco preparados. Es cierto que el buen padre se valió de los que tenía, pero no es menos cierto que no lo hizo con un aire de sufrida resignación, sino de gozosa esperanza. Don Bosco creía, y enseñaba a creer, en la juventud. Siendo que pasaba gran parte de su tiempo con sus queridos jóvenes, sabía cómo y qué proponer. Ciertamente no era ingenuo, cualquiera que haya trabajado en educación sabe que los jóvenes tienen un ímpetu interior que, mal encaminado puede llevar a situaciones desastrosas, pero bien encausado puede obrar maravillas. El 18 de diciembre de 1859, un grupo de 18 jóvenes, muchos de ellos menores de 20 años,  (los únicos que pasaban los 40 eran Don Alasonatti y Don Bosco) se convirtieron en los “padres” fundadores de la Pía Sociedad de San Francisco de Sales.

 

La confianza de Don Bosco en la juventud no era bien comprendida. El Padre Cagliero dijo bajo juramento: “Recuerdo bien cómo algunos visitando nuestro Oratorio, y presenciando el recreo de los jóvenes, con juegos carreras y saltos, dijeron que Don Bosco educaba a los suyos a la bartola: y hubo incluso quien nos dijo caballos. Y estos “caballos” eran los sacerdotes Rua, Francesia, Cagliero, Albera, Lasagna, Fagnano… y otros mil que ahora son celosísimos misioneros, obispos, arzobispos, párrocos y sacerdotes”. Así podemos mostrar decenas de ejemplos de la confianza real y efectiva de Don Bosco hacia sus jóvenes. Los resultados fueron asombrosos. El buen sacerdote no se equivocó.

 

De Don Bosco a nuestros días

 

Con el paso de los años los jóvenes de aquél entonces se convirtieron en los pilares fundamentales de la naciente congregación. Conforme la congregación se fue extendiendo por diferentes latitudes, la opción fue siempre la misma: los jóvenes. Esta opción se transformó en opción por ellos y opción por medio de ellos. Es decir, que si bien todos los esfuerzos de los salesianos se centraron en buscar el bien integral de la juventud, se hizo opción por hacer que los principales sujetos evangelizadores de sus compañeros sean los mismos jóvenes. Y hoy en día vemos un ejército de animadores, catequistas, voluntarios, líderes… que venciendo el miedo y desafiando las burlas llevan el mensaje de la Buena Noticia del Reino a sus mismos compañeros. Estos jóvenes se han convertido en nuestros ambientes salesianos en traductores del mensaje, inspiradores de tantos otros y testigos vivos de la fe cristiana vivida con la vitalidad y alegría que les caracteriza. A pesar de las experiencias poco gratificantes, no nos sentimos defraudados, los jóvenes han sido desde siempre los principales aliados de los salesianos en su labor de ser pastores y educadores de la juventud.

 

Por esta razón el trabajo salesiano se revitaliza constantemente. Porque el esfuerzo de llegar a los jóvenes nos ha mantenido con el corazón joven y porque ellos mismos se han apropiado del carisma y lo han transmitido, lo han renovado, lo mantienen juvenil. Nuestra confianza en la juventud nos ha llevado a emprender obras nuevas e inusitadas, pues aunque con dolor vemos hasta qué punto el pecado puede dañarles, no hemos dejado de confiar en ellos. Por la fe en el Señor de la vida, el Evangelio que profesamos y el ejemplo de nuestro Padre Don Bosco, hacemos día a día el voto de confiar en la juventud.

 

Nuestro compromiso

 

Cuando observamos el trabajo que la Familia Salesiana realiza en el mundo entero, constatamos con gozo que los jóvenes son sujetos activos de este apostolado. Reconocemos además que si bien en nuestros centros tenemos varios de ellos que desde el comienzo fueron como Domingo Savio, Miguel Magone, Francisco Besuco… no son pocos los que lograron encontrar un sentido a su vida en la casa de Don Bosco, alcanzando de esta manera una auténtica conversión.

 

¡Cuántas veces hemos sido medios para que Dios obre maravillas en esos jóvenes corazones!

A los 200 años del nacimiento de nuestro Padre Don Bosco, reafirmamos el compromiso de: 1) Trabajar por la juventud, especialmente la más pobre y abandonada; 2) Confiar en los jóvenes, lanzándoles desafíos que les lleven a realizarse integralmente como personas-creyentes; 3) No quejarse de la realidad juvenil, por el contrario verla con esperanza, haciendo el esfuerzo por comprenderla y amarla así como es, buscando siempre de encaminarla hacia los valores del Reino de Dios. 

  200 AÑOS DE CONFIANZA EN                 EL SEÑOR

 

En la vida de Don Bosco:

 

El verano de 1854 trajo consigo un hecho desastroso: el cólera. Una enfermedad conocida, pero en aquel tiempo incurable. Será sólo en 1884 cuando se encontrará la bacteria que lo produce y se podrá atacar la causa real. Mientras, en donde la bacteria asechaba la confusión hacía presa de todos. En Turín se “corrió la voz” de que los médicos se pusieron de acuerdo para suministrar a los enfermos bebidas envenenadas, llamada agüita, de tal suerte que muriesen lo antes posible para salvarse ellos mismos y salvar así a los demás. El miedo cundió por todas partes. La enfermedad se llevaba por lo menos a la mitad de los afectados. El Oratorio de Don Bosco se encontraba en una de las zonas en donde la enfermedad atacó con más furia, recuerda el P. Bonetti que de alrededor, “algunas familias completas desaparecieron en brevísimo tiempo”. 

 

¿Qué hacer frente a esta situación? Los miembros de la Casa Real escaparon (¿cobardemente?) en carrozas cerradas, las escuelas cerraron, muchos volvieron de la ciudad a sus pequeños pueblos. ¿Qué pasó por la mente de Don Bosco? Imaginémosle responsable de un grupo nutrido de muchachos en una ciudad en la que una epidemia a diario se cobra la vida de decenas. Ciertamente la “prudencia” aconsejaba la retirada. Pero Don Bosco esperó contra toda esperanza, tal vez pasó por su mente aquella cita del salmo 27: “aunque un ejército acampe contra mí, nada temo, porque tú vas conmigo”. Algunos lo llaman osadía, otros ingenuidad, otros imprudencia… los creyentes le llamamos fe profunda. Lo cierto es que Don Bosco confió en el Señor y no solamente no huyó con sus jóvenes, sino que además se quedaron a ayudar a los que estaban contagiados (!!!).

 

Si nos sorprende la decisión de Don Bosco, más debe sorprendernos que de los 44 jóvenes que voluntariamente aceptaron el desafío de ir a ayudar a los infectados, ninguno fue contagiado. Biológicamente es algo inexplicable, más las cosas de Dios no necesita explicación sino confianza, fe. Ciertamente Don Bosco no fue un ingenuo, cuando la enfermedad asechó tomó todas las previsiones que en aquel entonces eran aconsejadas: se redobló la limpieza, se espaciaron las camas, se mejoró la comida… Sólo hubo una sola recomendación que no fue acatada: “mantenerse lejos de los infectados”. Cuando todo lo humano estaba hecho, puso su confianza plena en el Señor y en la Virgen María. Si bien los médicos –y las personas mayores- aconsejaban modos de previsión poco convencionales, Don Bosco dio a sus voluntarios una vacuna que no se encontraba en ninguna farmacia: “Si ustedes, queridos jóvenes, me prometen no cometer voluntariamente ningún pecado, creo poder asegurarles, que ninguno de ustedes será afectado por el cólera”. Así ocurrió.

 

Esperar contra toda esperanza, confiar a pesar de todo, abandono pleno en las manos del Señor. Poner todo lo que esté de nuestra parte y confiar, una vacuna de la que todos necesitamos. El Señor no se deja ganar ni en generosidad, ni en bondad. Don Bosco lo experimentó y vivió así. Pero aun siendo un hombre de fe profunda, con humildad reconoce al final de su vida: “¡cuánto más hubiera podido hacer si hubiera tenido más fe!”.

 

De Don Bosco a nuestros días

 

No hay duda, Don Bosco fue un hombre intrépido y ¡qué decir de sus hijos! Pensemos en Juan Cagliero que acepta el desafío de ponerse a la cabeza del grupo de los primeros salesianos que se van a las misiones en Argentina. Ciertamente se hizo el esfuerzo por dar todas las garantías humanas, pero, llegada la hora, no pocas de éstas fallaron. Los jóvenes (¡realmente jóvenes!) misioneros no se desanimaron y a pesar de los “cambios de último momento”, siguieron, conscientes de que su trabajo no era simplemente humano, sino parte de un plan divino, su esperanza estaba puesta en el Señor, así se lo había dicho su Padre Don Bosco.

 

Pongamos un ejemplo. Cuando Juan Cagliero y sus compañeros logran finalmente establecerse en Buenos Aires, recibieron una indicación seria: “No ir al barrio de La Boca”. Este barrio era nido de masones y anticlericales (“comecuras” decimos hoy en día). ¿Qué hizo el joven Padre Cagliero? Agarró una bolsa con medallas de María Auxiliadora y otra con dulces, y sin pensarlo mucho se metió a aquél barrio –con todo y sotana- en busca de jóvenes y niños a quienes predicarles la Palabra del Señor. ¿Ingenuidad, osadía, intrepidez?... Yo diría confianza plena en el Señor. A los pocos años, en aquel ex-barrio anticlerical, se celebraban multitudinarias Primeras Comuniones y Procesiones. “Quien confía en el Señor no queda defraudado”, dice la Carta a los Romanos.

 

Así, alrededor de todo el mundo, los hijos de Don Bosco han dado muestras de intrepidez humana y de confianza plena en el Señor. Esperar contra toda esperanza, confiar a pesar de la adversidad, creer en la tempestad y abandonarse en la santa voluntad del Señor; han sido las líneas fundamentales de los salesianos en su trabajo como educadores-evangelizadores de la juventud. Ciertamente no todos los proyectos han llegado a feliz término, pero los que lo han hecho han sido ampliamente fructíferos, muestra clara de la presencia y del beneplácito divino.

 

Nuestro compromiso

 

A los 200 años del nacimiento de Don Bosco, hacemos una mirada retrospectiva y constatamos con humildad que Dios ha querido estar presente en todo este proyecto. Constatamos, además, que cuando se ha buscado, por encima de todo hacer, su voluntad, las obras emprendidas han obtenido grandes resultados. Vemos también que en algunas ocasiones, a pesar de la buena voluntad e intención de los ejecutores, las obras no llegan al fin esperado; de ello aprendemos que confiar en el Señor es también aceptar su voluntad.

 

Sabiendo esto, en memoria de nuestro Padre Don Bosco, asumimos el compromiso de: 1) Esforzarnos por hacer que nuestro trabajo sea intrépido, creativo, amplio, significativo y generoso en favor del bien de la juventud; 2) Reconocer que nuestro trabajo no es sólo humano, sino también divino y que por tanto, Dios es el primer interesado en hacer que los esfuerzos sean fructíferos; 3) Reconocer que confiar en el Señor no significa cruzarse de brazos, sino, por el contrario, trabajar con más ahínco y creatividad; 4) Aceptar con gratitud y alegría la voluntad de Dios, ya sea que ésta coincida o no con nuestros planes y deseos. Repitamos con frecuencia e intensidad: “Jesús, en ti confío”. 

200 AÑOS DE        AMISTAD CON LA    JUVENTUD

 

En la vida de Don Bosco

 

El verano de 1854 trajo una pavorosa noticia: el cólera. Aún hoy en día, con todos los adelantos médicos y biológicos, al escuchar que alguna epidemia asecha, tememos ¡Cuánto más en los tiempos en los que casi toda enfermedad grave se arreglaba con sangrías! (Se tenía la idea de que las enfermedades moraban en la sangre, entonces: menos sangre, menos enfermedad…). Las consecuencias de esta epidemia fueron desastrosas. Algunos infectados eran tapiados y abandonados, para rescatar los cuerpos ya sin vida, fue necesario destruir puertas y paredes. En Turín murieron 1.248 personas (¡En una ciudad de menos de 136.000 habitantes!) Cuando finalmente la epidemia pasó, gracias a las lluvias de otoño, el drama continuaba, entre sus consecuencias más lamentables se encontraba la orfandad de miles de niños que quedaron sin uno o ambos padres.

 

Entre estos se encontraba el pequeño Pedro Enria, quien después se convertiría en salesiano coadjutor. Él mismo narra su drama con sencillez y sin poner mucha atención al estilo literario. Ya huérfano de madre, el cólera le obligó a sufrir nuevamente la orfandad esta vez de su padre y madre sustituta. Muy triste fue el desenlace, junto con sus cuatro hermanos, prácticamente contemplaron el agonizar de su padre. ¿Qué sería de su futuro? En Turín se armó un orfanato provisional en el que se recogió a los huérfanos por la epidemia, pero éste era sólo un lugar de tránsito, los que allí llegaban debían esperar que alguien es compadeciera de ellos y los llevase a un lugar estable. Movido por su corazón de Padre, Don Bosco fue y recogió veinte de aquéllos pobres niños y jóvenes. Enria nos ha dejado el testimonio de ese encuentro maravilloso que nunca se borró de su memoria: “Mientras todos los chicos estaban reunidos y puestos en fila por un asistente, vemos venir un sacerdote acompañado por el director del orfanato. Aquel sacerdote estaba sonriente, tenía un aire de bondad que se hacía amar sin hablar con él. Pasando cerca de los chicos a todos les hacía una sonrisa y después les preguntaba con amor paterno el nombre, apellido y patria; y si sabían las oraciones y catecismo, y si habían aprobado el examen para la confesión y si se habían confesado. Todos respondían con confianza y decían cómo se encontraban, pasó finalmente cercano a mí. Yo sentí que el corazón latía fuertemente no por temor, sino por un afecto y amor que sentía dentro de mí mismo. Sentía que amaría a aquel santo… Me dijo: ¿Quieres venir conmigo? Seremos siempre buenos amigos hasta que estemos en el paraíso...”

 

Suman por cientos los testimonios de los que conocieron a Don Bosco en circunstancias muy diversas, pero con características comunes. Dentro de la espontaneidad de la conversación no faltó la sonrisa, la expresión de afecto, el interesarse por la realidad del joven,  y la invitación que corona todo el diálogo: “Seamos amigos”. Puede ser que las palabras cambien, pero el sentimiento era siempre el mismo: “quedarse con Don Bosco”, que no es sino ser amigos sinceros. No en vano hasta el día de hoy se considera a Don Bosco como el gran amigo de la juventud.

 

Mas su amistad es educativa-evangelizadora. Bien se ha dicho que uno no podía hablar con él sin salir con un buen mensaje, o con algún pensamiento que invite a amar más al Señor. No se trataba simplemente de “compincheo”, sino de amistad profunda y sincera. Una amistad que tiene como fin el bien del otro, su felicidad. En una palabra, una amistad que nace de la presencia del Señor. Es unánime el testimonio de aquéllos que vivieron en el Oratorio de Don Bosco en medio de grandes privaciones, con una pobreza y sobriedad tal que admiraban, pero, dicen ellos, “éramos felices porque nos sentíamos amados”. La amistad de Don Bosco hacia sus jóvenes se convirtió en amor concreto. Amor que entiende sus necesidades básicas de alimentación, vestido, estudio, hogar, recreación y educación. Era una amistad que reflejaba el Amor de Dios hacia sus hijos, pues es Él quien más quiere vernos felices y realizados. Una amistad así no puede sino ser percibida, reconocida y agradecida.

 

De Don Bosco a nuestros días

 

Los hijos de Don Bosco y los que comparten con ellos su misión por el bien de la juventud, son conocidos como “los amigos de la juventud”. Se suele decir que amigos los hay de toda clase, pero esto no es cierto, pues el verdadero amigo es aquél que busca el bien del otro, incluso llegando al sacrificio. Los salesianos y los miembros de la Familia Salesiana se han convertido en amigos de la juventud, pues no han escatimado esfuerzos para llegar a los sectores más alejados de la faz terrestre, con un único fin: el bien de la juventud. Colegios, universidades, institutos, centros juveniles, oratorios, centros de capacitación, misiones… no son sino expresión de una amistad operativa, una amistad práctica, una amistad que llega hasta sacrificios inimaginables.

 

Esta amistad operativa no fue sólo institucional, sino personal. Bien dejó escrito Don Bosco: “no basta amarles, sino que se den cuenta de que son amados”. Y esto se logra sólo mediante la amistad afectiva y efectiva, una amistad que se cultiva en el diálogo, la cercanía, la comprensión, el perdón, el apoyo, la acogida, la aceptación. Hoy los salesianos son amigos reales de los jóvenes, pues comparten con ellos sus miedos y esperanzas, sus alegrías y tristezas, sus sueños y temores. Nos consideramos amigos de los jóvenes porque los conocemos por el nombre, porque nos han permitido entrar en su mundo, porque ellos nos abrieron las puertas de su amistad, porque así como nosotros los conocemos, ellos nos conocen y reconocen las intenciones profundas de nuestro corazón.

 

Ya vamos 200 años de amistad. Los amigos de Don Bosco se encuentran alrededor de todo el mundo, desde Canadá hasta la Patagonia, desde Londres hasta Sudán, desde Bolivia hasta China… También nosotros somos fruto de la amistad que Don Bosco supo realizar con sus jóvenes, una amistad que no conoció latitudes, ni razas, ni lenguas, -incluso- ni religiones.  Dejó escrito él mismo: “Encontrarán personas mucho más doctas e instruidas que yo, pero difícilmente encontrarán quién les ame más en el Señor y quien desee más su bien”. ¿Se puede expresar de un modo más perfecto la amistad?

 

Nuestro compromiso

 

Enria, Cagliero, Cerruti, Rua, Francesia, Buzzeti… por nombrar a algunos, son claros ejemplos de aquéllos que aceptaron el quedarse junto a Don Bosco, ser sus amigos por toda su vida.  Ellos no eligieron una organización, tal vez ni siquiera entendieron –al menos no en un principio- el proyecto que Don Bosco tenía planeado, ellos decidieron quedarse con aquél que sabían les amaba y buscaba su bien. En una palabra, ellos decidieron quedarse con quien sabían era su amigo de verdad.

 

A pesar de que no pudimos conocerlo, nosotros también podemos considerarnos amigos de Don Bosco, pues por medio de él, el Señor nos regala el carisma para trabajar por la juventud. Ciertamente es nuestro modelo, más nuestra fe nos asegura que es además nuestro protector e intercesor. Comprometámonos, pues, a: 1) alimentar nuestra amistad con él mediante la oración, pero también mediante el estudio y profundización de su vida, pedagogía y espiritualidad; 2) Ser amigos de la juventud, dejando de lado prejuicios, miedos; por el contrario alimentando nuestra confianza en ellos, reconociéndoles como lo que son en realidad, incondicionalmente hijos amados de Dios.    La amistad sincera y desinteresada con la juventud

es nuestro camino de santificación y salvación. (Diácono Marcelo Miguel Escalante SDB)

200 AÑOS DE UN SUEÑO

 

En la vida de Don Bosco

 

Tal vez el episodio más conocido de la vida de Don Bosco es el así llamado “sueño de los nueve años”. ¿Hecho sobrenatural? ¿Impresión psicológica de la celebración de la fiesta de San Pedro y San Pablo? ¿Lectura retrospectiva? ¿Lección pedagógica-espiritual intencionada?... Tal vez una combinación de todos estos factores y algunos otros.

 

En el tan mentado sueño hay varios personajes, escenarios, enseñanzas, misterios. Niños que pasan por un “proceso de transformación” de su estado natural a fieras, luego a ovejas y finalmente -en la continuación del sueño- a pastores. Los personajes principales de la trama son dos, de quienes curiosamente en ningún momento se menciona su nombre. Primero, un joven varón “de aspecto majestuoso y vestido noblemente. Un manto blanco cubría toda su persona. Su rostro era tan luminoso que no se podía mirarlo fijamente”. “¿Mi nombre? Pregúntaselo a mi Madre”, dice aquél personaje, quien sin más se declara como “El Hijo de aquélla a quien tu madre te enseñó a saludar tres veces al día”. El segundo personaje es “una mujer majestuosa, vestida con un manto que resplandecía por todas partes, como si en cada punto hubiera una estrella luminosísima”. Ella es “la maestra bajo cuya guía uno se convierte en sabio, pero sin ella, incluso quien es sabio se vuelve un pobre ignorante”. Unánimemente se acepta que se tratan de Jesús y María, respectivamente.

 

Los sentimientos juegan también un papel importante en la narración del sueño. Juanito pasa de la furia por haber escuchado las blasfemias de aquéllos jovenzuelos, al asombro de ver su transformación, existe también la confusión de no saber quiénes eran los que le hablaban, para finalmente terminar en la llorosa impotencia de saberse incapaz de comprender el mensaje (todavía no era el tiempo).

 

Una misión y un estilo quedan claramente expresados: “Me puso al frente de aquéllos muchachos”, “lo que ahora ves que ocurre con estos animales –la transformación de lobos a ovejas- tú lo deberás hacer con mis hijos”… ¿Cómo? “No con golpes, sino con bondad y amor… explicándoles la fealdad del pecado y la belleza de la virtud”, “con la obediencia y la adquisición de la virtud”, haciéndose “humilde, fuerte y robusto”.


De Don Bosco a nuestros tiempos

 

El “sueño de los nueve años” ha sido para Don Bosco a lo largo de toda su vida motivo de inspiración, guía, sustento, fortaleza, consuelo, esperanza… Así lo vivió y así lo contó a sus salesianos. Después de su muerte, sus hijos contemplaron este sueño como una de las herencias más importantes dejadas por su padre espiritual. Se han hecho cientos de lecturas e interpretaciones, en las que se han descubierto decenas de detalles que han servido para nuevas lecturas. Este sueño ha inspirado y guiado el obrar salesiano alrededor del mundo.

 

Ahora bien, necesitamos hacer una aclaración sobre el cómo entender la palabra “sueño”. Éste puede entenderse desde dos puntos de vista: como anhelo y como utopía, es decir, como esperanza real y como esperanza inalcanzable. Los salesianos se han aventurado a conquistar las fronteras de una realidad adversa, inspirados y fortalecidos por un sueño que sabían podía hacerse realidad. “Convertir fieras en ovejas” ha sido el sueño, la meta, que se ha perseguido y que se ha alcanzado en no pocas oportunidades.

 

Más no se trata de “domesticar”, ni “amansar”, ni “adoctrinar”, la imagen de “ovejas” o “corderos” puede dar lugar a la confusión. Se trata de evangelizar-educar, es decir, un esfuerzo por obtener personalidades capaces de distinguir la “fealdad del pecado y la hermosura de la virtud”. Creemos que esto es posible y creemos que el único camino para lograrlo es el de la educación integral.

 

Hoy en día la situación parece más adversa que nunca, por ello no falta quien nos vea como fantasiosos, ilusos o ingenuos. Pero nuestra fe puesta en el Señor de la Vida, el ejemplo de Don Bosco y el testimonio de miles que bajo el carisma salesiano han alcanzado el sueño perseguido, nos impulsa a seguir sin desfallecer.

 

Con humildad creemos que nuestro trabajo no nace sólo de una idea humana, sino que es fruto de la iniciativa de Dios. Más que de Don Bosco, somos parte de un sueño de Dios mismo: el de la salvación de sus hijos más jóvenes, especialmente de los más pobres. Este sueño comenzó miles de años antes de Don Bosco y sus salesianos, pero los incluye y siendo que el proyecto de salvación de Dios no tiene fin, nos incluye también a nosotros pues de un modo o de otro, estamos comprometidos en la empresa de la salvación de la juventud.

 

Un autor, Walter Nigg, escribió que “Don Bosco no tuvo sino un único sueño: la salvación de la juventud”. La afirmación puede discutirse, pero aun así no pierde su certeza. Nosotros somos parte de este sueño divino, uno eterno, un sueño que un poco se explica y revela en aquél sueño de los nueve años tenido por Don Bosco. Este es posible de realizar, gracias al apoyo de personas que estén dispuestas a comprometerse con la salvación de la juventud.

 

En una ocasión un joven se encontraba recogiendo estrellas marinas a la orilla del océano, eran miles y el trabajo parecía inútil. No faltó quien le aconsejó que no perdiese el tiempo, pues las estrellas eran muchas y su esfuerzo era insignificante, con osadía increpó al joven: “¡No tiene sentido perder el tiempo de esa manera!” El joven, tomando una de las estrellas en sus manos respondió: “¡Para ésta si tiene sentido!”


Nuestro compromiso

 

A los 200 años del nacimiento de Don Bosco, tenemos la seguridad de que el Señor se manifestó en su vida para hacerlo instrumento suyo. Vemos que el así llamado “sueño de los nueve años” muestra claramente que Dios comenzó el proyecto y que así como en todas las obras que inspira, se compromete a llevarlo a buen término. Don Bosco, en su vida terrenal pasó, pero el sueño continúa y nosotros somos parte de éste. Ahora que nos preparamos a celebrar los doscientos años del nacimiento de nuestro padre, San Juan Bosco, nos comprometemos a: 1) Dar continuas gracias a Dios por ser parte de este sueño; 2)  Reafirmar nuestro compromiso de ser educadores-evangelizadores de la juventud, según el estilo y la tradición salesiana; 3) Convocar a otros (sin distinción de género, edad, condición…) a que compartan con nosotros la realización del sueño de Dios, la salvación de todos sus hijos, especialmente los más jóvenes y desprotegidos. (Diácono Marcelo Miguel Escalante SDB, Inspectoría de Bolivia).